martes, 4 de noviembre de 2014

Guia de Teorico 12 (Unidad 4)

Definiciones de vanguardia

  1. Vanguardia como categoría histórica
En uno de los capítulos que leyeron, Peter Bürger hace hincapié en la historicidad de las categorías estéticas, que se opone a pensar valores universales, intrínsecos, permanentes (como “belleza”, “autenticidad”, etc., en el arte). “Historizar la teoría”, dice Bürger, quiere decir “investigar la relación entre el desarrollo de los objetos y las categorías de una ciencia (...), relacionar el desarrollo de los objetos con el de las categorías. Historizar una teoría estética es captar esa relación” (p. 52).
Su texto se plantea entonces la historicidad de la noción de vanguardia, el contexto preciso en el que resulta explicativa esa teoría.
Partamos de dos anécdotas.
Una. En base al relato de Maurice Nadeau, Historia del surrealismo (1993).París, 1920. Un público de señores y señoras elegantes, convocado por afiches callejeros para ver a Charles Chaplin, espera en un sótano con todas las luces apagadas. Por una trampa se dejan oír gemidos. Alguien escondido en un armario injuria a las personalidades presentes. Los dadaístas, sin corbata y con guantes blancos, van y vienen. Breton mastica fósforos. Ribemont grita continuamente "llueve sobre una calavera". Aragon maúlla. Soupault juega a las escondidas con Tzara. Perec y Charchoune se dan la mano continuamente. En el umbral, Rigaut cuenta en voz alta los automóviles y perlas de los concurrentes.
Así transcurre un espectáculo-provocación dadaísta. Termina cuando la multitud se cansa de esperar a Chaplin, cuya presencia falsamente anunciaron los organizadores del acto, y abandona la sala a oscuras en medio de un descomunal desorden después de haber ametrallado a los convocantes con monedas de cobre y huevos.
Dos. Londres, 1997. El grupo argentino De la guarda se presenta en el London International Festival of Theatre (LIFT), uno de los festivales teatrales más importantes del mundo. Durante el espectáculo, que incluye arriesgadas acrobacias, se arrojan objetos a los asistentes, que terminan empapados por una lluvia artificial. Es un éxito rotundo entre el público y la crítica, que lo califica como lo mejor del teatro actual. Los mismos artistas se encargan de aclarar a un diario inglés: "No somos provocadores, no queremos atemorizar a la gente".
Las dos anécdotas nos sirven para ilustrar la paradoja de las vanguardias a lo largo del siglo XX. Dentro de la diversidad de procedimientos de los movimientos de vanguardia de entreguerra podemos reconocer que los reúne una cuestión de efecto: provocar un shock en el espectador. Burlarse de un público ávido de arte moderno, de continua novedad. Incomodar, escandalizar, renegar de aquello que se considera arte, de los lugares preservados para tal fin y de los sujetos que conforman su público selecto, sus críticos, sus entendedores.
La idea de shock como “efecto” típico del acto vanguardista aparece tanto en el texto de Huyssen como en el libro de Bürger.
“Cuando los formalistas rusos hacen del ‘extrañamiento’ el procedimiento artístico, el conocimiento de la generalidad de esta categoría permite que en los movimientos históricos de vanguardia el shock de los receptores se convierta en el principio supremo de la intención artística.” Bürger ve en el shock vanguardista, la radicalización del extrañamiento (p. 56/57).
Huyssen señala que los futuristas rusos entendían el shock como una forma de transformar la psiquis del receptor de una obra de arte, y Benjamín lo concebía como una clave para interrumpir la continuidad tediosa y catastrófica de la vida cotidiana. En cambio, para Brecht, el shock no es el fin sino un efecto de la “explicación racional de las condiciones sociales” que esperaba lograr con sus técnicas de extrañamiento.
La segunda anécdota, contemporánea a nosotros, pone de manifiesto cómo un mismo repertorio de recursos similares puede causar un efecto simétricamente inverso, al haberse incorporado al establishment cultural como forma legítima de "hacer arte": lo que antes fue escandaloso, ahora es aplaudido.
Por lo tanto, la clave para definir lo que es o no vanguardia no puede ser un conjunto de procedimientos o rasgos de estilo que caractericen sus producciones artísticas. Más bien, hay que considerar que esa noción es histórica, y que sus alcances tienen que ver con determinados grupos de artistas o artistas individuales, con los modos de intervención por los que optan y con los efectos que provocan (a partir de los recursos más variados y cambiantes) en el medio cultural en el que se inscriben.


  1. Vanguardia, ¿ruptura o avanzada?

- Etimología
Los diccionarios indican como primera acepción del término vanguardia aquella que remite a su origen bélico: "parte de una fuerza armada, que va adelante del cuerpo principal". De allí se desprende una segunda acepción: "avanzada de un grupo o movimiento ideológico, político, literario, artístico, etc.". Si en el siglo XIX, vanguardia artística y vanguardia política inicialmente se superponen, poco a poco el término adquiere un uso específicamente artístico.
Jaime Brihuega -siguiendo a Renato Poggioli, uno de los primeros historiadores de la vanguardia- condensa el itinerario de la noción "vanguardia": "Tal vez por esa exuberante capacidad metafórica, el término vanguardia ha tenido, desde muy temprano, una aceptación inmediata en la cultura occidental, a excepción, como nos sugiere Poggioli, del ámbito angloamericano. Siguiendo a este autor, encontramos que la metáfora aparece utilizada, incipientemente, desde mediados del siglo XIX y que, confundida con el concepto de vanguardia política, se ha hecho usual hacia 1860 como término tipificado en la retórica periodística francesa. Su utilización ajustada ya al ámbito de lo artístico parece tener vigencia a partir del último tercio del siglo XIX. Desde las primeras décadas del siglo XX es ya, como concepto histórico-crítico, una barrera que divide en dos la producción artística" (Brihuega, 1979).
Los alcances de este término en el ámbito artístico han suscitado versiones muy diversas entre los historiadores, críticos y teóricos del arte y la literatura, las que básicamente oscilan entre dos grandes bloques. El primero retoma la vieja metáfora militar de "avanzada de un ejército" y entiende los fenómenos vanguardistas como adelantados a la sensibilidad de su época. José Giménez Frontín (1973) resume su posición señalando que "frente a todos los lugares comunes y al universo cerrado e inamovible de los naturalismos -en un caso aferrados a unos moldes ya en crisis desde el romanticismo, y en otro al servicio de una nueva clase social, a la que se impone una estética desfasada y conservadora- los vanguardismos, con todos sus excesos, han constituido básicamente las avanzadillas de la sensibilidad creadora de nuestro tiempo".

El segundo bloque entiende la vanguardia como ruptura, en tanto sus intervenciones implican un quiebre, una rebelión contra las formas artísticas dominantes, las instituciones, las tradiciones y el gusto hegemónicos. Peter Bürger (1987) considera que la clave para definir a los movimientos de vanguardia es que "no se limitan a rechazar un determinado procedimiento artístico, sino el arte de su época en su totalidad, y por lo tanto, verifican una ruptura con la tradición. Sus manifestaciones extremas se dirigen contra la institución arte, tal y como se ha formado en el seno de la sociedad burguesa".
Con un matiz distinto, otros autores entienden la ruptura en términos ya no de quiebre novedoso sino de intensidad en contraste con las tensiones anteriores. Octavio Paz considera que sólo se puede pensar a la vanguardia (de los años '20) como ruptura, por su magnitud mayor que las rupturas del siglo XIX. En el mismo sentido, Williams apunta que si bien lo que indica el término "es un desafío y en definitiva un rechazo violento de la tradición: la insistencia en una clara ruptura con el pasado (...), lo novedoso de la vanguardia es el dinamismo agresivo y la afrenta consciente de los reclamos de liberación y creatividad que, a lo largo de todo el período modernista, se formulaban de hecho mucho más extensamente" (Williams, 1997: 80). El mismo Williams (1982) propone que los movimientos vanguardistas deben verse como "una disidencia o una revuelta más que como una vanguardia en el sentido literal".
Sin pretender conciliar ambas posturas, se podría pensar que sus divergencias parten de situarse en distintos puntos de vista para pensar el mismo fenómeno, y que esa dualidad señala la paradoja de las vanguardias. Porque si bien es cierto que las primeras irrupciones vanguardistas son protagonistas del asalto más violento que conoce el arte moderno, también lo es que muchos de sus procedimientos han sido posteriormente asimilados por la institución arte, y convertidos en la nueva estética dominante. En ese sentido, la vanguardia es, en el momento histórico de su irrupción, una ruptura violenta contra la estética hegemónica, y en perspectiva, una "brecha hacia el futuro", una avanzada (de la sensibilidad creadora) que se impondrá como dominante en un momento histórico posterior.
Hal Foster afirma que “la obra vanguardista nunca es históricamente eficaz o plenamente significante en sus momentos iniciales”, porque es traumática (un agujero en el orden simbólico de su tiempo, que no está preparado para ella) (p. 34).

La categoría de vanguardia es, pues, una noción histórica, adecuada para designar las intervenciones y producciones de determinados grupos artísticos en contextos históricos definidos y acotados. Los movimientos de vanguardia no utilizan invariablemente un mismo repertorio de procedimientos ni un programa estético vanguardista puede permanecer intacto en el tiempo o repetirse una y otra vez. Una nueva cita de Williams nos resulta significativa:

       "Aquello que fue 'moderno', que fue sin duda 'vanguardia', es hoy relativamente viejo. Lo que revelan sus obras y su lenguaje, aún en sus niveles más vigorosos, es un período histórico identificable, del cual, sin embargo, no hemos salido del todo. Lo que ahora podemos identificar en sus años más activos y creativos, subyacente a sus muchas obras, es una gama de diversos métodos y prácticas artísticas en rápido movimiento, y al mismo tiempo un conjunto de posiciones y creencias relativamente constantes" (Raymond Williams, 1997: 75).
En ese sentido, podría pensarse que este "cambio de posición" (de la ruptura a la integración) no es sólo una cuestión de procedimientos artísticos que primero resultan novedosos, sorprendentes, y luego conocidos, asimilables. Se trata también de la discusión en torno a la función del arte en la sociedad. Las utopías transformadoras más radicales de las vanguardias implican una aguda crítica a la autonomía del arte, entendida como aquella carencia de función social del arte que se alcanza en la modernidad (y se expresa en sus máximas consecuencias en la doctrina del arte por el arte y el esteticismo del siglo XIX). Siguiendo a Peter Bürger, los movimientos europeos de vanguardia se pueden definir como un ataque al status del arte en la sociedad burguesa. No impugnan una expresión artística precedente (un estilo), sino el aparato de distribución al que está sometida la obra de arte y la carencia de función social del arte en la sociedad burguesa, esto es: la institución arte en su separación de la vida de los hombres.
Cuando los vanguardistas plantean la exigencia de que el arte tenga una función, no plantean que el contenido de las obras sea socialmente significativo. La exigencia va dirigida contra el funcionamiento del arte en la sociedad burguesa, que decide tanto sobre el efecto de la obra como sobre su contenido. Esa crítica anhela como horizonte utópico la reinscripción del arte en la vida, no para destruirlo, sino para reconducirlo a la praxis vital, donde sería transformado y conservado. En situaciones de convulsión social esta pretensión implica el acercamiento de la vanguardia artística a la vanguardia política, en un proyecto de revolución a la vez artística y política.

  1. Vanguardia artística y vanguardia política

Como señala Huyssen, el término vanguardia se usaba (luego de la revolución francesa) tanto en la esfera del arte como en la de la política. Saint Simon idea una sociedad del futuro en la que el artista tiene un papel de vanguardia (arte, ciencia y técnica eran garantías del surgimiento de un nuevo mundo). Sin embargo, los vanguardistas terminaron confinados a los márgenes de la sociedad industrializada a la que se oponían y que, “según Saint Simon, debían prefigurar y consumar” (p. 22).
También a través de las ideas utópicas de Fourier se filtró en el anarquismo y en las “subculturas bohemias”. No es una coincidencia, dice Huyssen, que “el impacto del anarquismo en los artistas y escritores haya alcanzado su pico precisamente cuando la vanguardia se encontraba en un momento crucial de su formación” (p. 22).
La pretensión de fusionar el arte con una nueva praxis vital llevó a las vanguardias a formular su utopía de revolución artística entrecruzada con la revolución política. El asalto violento a las convenciones artísticas dominantes se prolonga en el asalto al orden social todo, coincidiendo con los programas de grupos políticos radicalizados. En ese cruce, los grupos de vanguardia se plantearon "formas variables de sus intersecciones reales con la política, que cubren todo el espectro político, aunque en la mayoría de los casos hay un movimiento vigoroso hacia las nuevas fuerzas políticas" (Williams, 1997; 81).
Aunque de maneras y en términos distintos, la gran mayoría de movimientos de vanguardia se proclaman antiburgueses. Estaba en ellos la idea de que la historia se aceleraba en proyectos colectivos, el pasaje a otro momento de la Modernidad, post-burgués. La vanguardia se ve a si misma como avanzada de ese tránsito de un tiempo a otro: la idea de revolución.
Puede superponerse con un rechazo de tipo "aristocrático" a la figura del burgués inculto que menosprecia y no entiende el arte que, sin embargo, puede comprar. O de un rechazo "revolucionario" que converge con el carácter apocalíptico de las posturas nihilistas, anarquistas o socialistas de impugnación del capitalismo y de solidaridad con las clases explotadas.
Dentro de ese abanico amplio de posturas antiburguesas, podemos entender la variedad de vínculos que históricamente se produjeron entre las vanguardias artísticas y las vanguardias políticas, que cubren todo el espectro político (desde el fascismo hasta el socialismo revolucionario, desde planteos monárquicos hasta posturas anarquizantes).

4. RASGOS DE LA VANGUARDIA
4.1. Condiciones sociohistóricas
En relación a las condiciones sociohistóricas que configuran el marco en que tienen lugar las manifestaciones vanguardistas, no puede perderse de vista que entre la segunda mitad del S. XIX y la primera mitad del XX el capitalismo entra en una nueva fase de expansión imperialista, que plantea nuevas relaciones sociales, culturales y económicas no sólo en los países centrales sino también en la periferia. Asimismo, después de la posguerra se abre un nuevo orden mundial sustentado en la sociedad de consumo. En ese sentido, con la caracterización que sigue no pretendemos igualar a los primeros Modernistas, los movimientos históricos de vanguardia y las "neovanguardias" de los años '60. Sus rupturas (y sus integraciones) respecto de la cultura dominante sólo pueden comprenderse en relación a los procesos sociales y culturales que conforman su "caldo de cultivo", a la conformación del campo artístico en el momento y en el medio en que irrumpen.
a) Carácter urbano
La vanguardia involucra un imaginario eminentemente urbano, que se manifiesta en la fascinación o en su contracara, el repudio a la experiencia de vivir en las grandes capitales metropolitanas. Desde mediados del siglo pasado, una serie de procesos económicos, sociales y culturales agranda la distancia y los contrastes entre capitales y provincias.
La incidencia de la explosión demográfica e inmigratoria, las transformaciones edilicias, las multiplicación de fábricas, los nuevos medios de transporte y de comunicación, entre otros factores, alteran considerablemente las experiencias y los modos de ver el mundo de los habitantes de las grandes ciudades.
Las percepciones que genera la ciudad moderna son muy disímiles. La ciudad se identifica con una multitud de extraños, en la que el poeta/artista está paradójicamente aislado, inmerso en una subjetividad extrema. Pero la ciudad aparece también como el espacio que posibilita la unidad de los hombres. La muchedumbre, las masas, en tanto identidad del grupo, refuerzan los lazos que se expresan en los movimientos de solidaridad obrera y revolucionaria.
Así, la ciudad, espacio privilegiado en el imaginario modernista y vanguardista, puede contener rasgos negativos: ser amenazante, impenetrable, llena de peligros ocultos. Y rasgos positivos: la vitalidad, la diversidad y la movilidad liberadoras.
La gran ciudad establece -desde Baudelaire en adelante- una constelación de tópicos comunes a la vanguardia (velocidad, multitud, máquina, tiempo medido en horas, etc.), tópicos que pueden servir -como ya dijimos- para la exaltación o el rechazo de lo urbano.
La condición de emigrados, de llegados a la metrópoli desde el interior, otro país u otro continente, de muchos de los más excepcionales artistas de vanguardia les otorga una posición distanciada y extrañada, una conciencia distinta de las convenciones artísticas y lingüísticas y de las experiencias que la ciudad les depara. Esa percepción redunda, como veremos, en la forma y el lenguaje de las obras vanguardistas.
Por otro lado, la gran ciudad es el contexto que permite el surgimiento de grupos de artistas con ciertas modalidades de intervención en la vida pública. Si allí tienen sede las instituciones consagratorias del arte oficial (la Academia, el Museo, los Salones, las grandes editoriales), también es posible abrir fisuras y encontrar apoyo para grupos de artistas díscolos. Se dan posibilidades ciertas para estos grupos de atraer y formar nuevos tipos de audiencias. Seguramente, los grupos vanguardistas no hubieran encontrado cabida ni posibilidad de manifestarse en sociedades más tradicionales y cerradas.
París aparece, hasta que es desplazada por Nueva York a mitad del siglo XX, como la "capital del arte occidental", el centro de esa nueva trama de relaciones sociales que se condensan en la ciudad.
En el caso de las vanguardias surgidas en las ciudades latinoamericanas, si bien los procesos de modernización no son equivalentes a los metropolitanos, allí también las transformaciones urbanas configuran los rasgos de una "modernidad periférica" (Sarlo, 1988), un imaginario que se alimenta del deseo de alcanzar, de asemejar a las grandes metrópolis.

b) Conmoción social
Renato Poggioli señaló que las manifestaciones vanguardistas aparecen en un clima de agitación social. "Las épocas de crisis históricas presentan a veces una riqueza cultural extraordinaria (...) ya que son momentos de ruptura" (Poggioli, 1964: 19).
Es un dato ineludible que los tres momentos claves de emergencia de procesos vanguardistas se vinculan a fuertes crisis de la hegemonía burguesa, momentos en los que se extienden utopías políticas y culturales en amplios sectores sociales: la crisis europea entre las revueltas de 1848 y la derrota de la comuna de París; el período que va desde fines de la primera guerra hasta comienzos de la segunda guerra mundial, que son los años de la revolución rusa y el ascenso del movimiento obrero en Alemania y otros países europeos; por último, la década del '60, cuando se suceden las luchas por la liberación nacional de países africanos, la revolución cubana, la guerra de Vietnam, el mayo francés, etc.

c) Saltos tecnológicos
La vanguardia se vincula con momentos de grandes saltos tecnológicos, con la aceleración tecnológico-cultural de la historia, e incorpora entre sus tópicos, sus técnicas y su iconografía no sólo el imaginario sino también los materiales que proporcionan las nuevas tecnologías. La máquina, las comunicaciones, la aceleración técnica, la velocidad, las fábricas, los avances científicos: ese es su imaginario.
La revolución tecnológica de fines de siglo XIX y principios del XX cambia la relación entre el hombre y el espacio (a partir de nuevos medios de transportes que acortan las distancias, como el tren, el automóvil, el avión), entre el hombre y el tiempo (pasaje del tiempo cíclico al tiempo lineal, medido y segmentado del reloj), entre el hombre y el hombre (a partir de avances decisivos de la fotografía, el cine, la radio, las primeras técnicas de reproducción y grabación).
A la par de estos progresos técnicos, surge un imaginario en el que las nociones de novedad, futuro y cosmopolitismo son centrales. La vanguardia textualiza esa nueva relación a través de la experimentación formal que incursiona en la alteración del espacio en que se inscribe la letra o el ícono (por ejemplo, los caligramas de Apollinaire). Pero además la experimentación se apropia rápidamente de nuevas técnicas como la fotografía y el cine.
En los años '60 empieza a configurarse un nuevo salto tecnológico (la llamada tercera revolución industrial), que se extiende en las décadas siguientes. Este implica también la apertura de un nuevo espacio (la "conquista del espacio" exterior) y la extensión de nuevos circuitos (los medios masivos, en especial la televisión). En este período, las nuevas tecnologías también repercuten directamente sobre la innovación artística (música electrónica, experimentación con materiales plásticos, por ejemplo).


4.2. Ideas-fuerza

Entre las ideas-fuerza que se reiteran en las definiciones presentes en los manifiestos y en las producciones de gran parte de los movimientos de vanguardia podemos señalar:

a) Lo nuevo
La experiencia vanguardista se asienta, fundamentalmente, sobre la ideología de lo nuevo como absoluto, que implica la apuesta a la renovación radical, el deseo de la diferencia y la negación de lo pasado en el arte, y está ligada a los medios de producción modernos, a la alteración de las formas de consumo y a la ideología progresista legada por la revolución industrial (Schwartz, 1993; 40).
Theodor Adorno, en su Teoría Estética, considera que la categoría de lo nuevo, en tanto ruptura de una tradición, es central para entender todo el arte moderno. Lo que distingue la búsqueda de lo nuevo en la vanguardia de cualquier aplicación precedente es la radicalidad de su ruptura con todo lo que hasta entonces se consideraba vigente.
Esa búsqueda continua de lo nuevo es también la condena a una condición absolutamente efímera de toda propuesta vanguardista: apenas algo nuevo ha sido hecho, pierde su carácter novedoso, y debe ser superado. Adorno escribe: "Lo nuevo es el deseo de lo nuevo, no es lo nuevo en sí. Esta es la maldición de todo lo que es nuevo". Muchas veces, lo nuevo aparece en la vanguardia como deseo, más que como constatación de una realidad.
León Trotsky escribía en relación a una vanguardia periférica como la rusa que "los textos de las vanguardias formales no serían obra mecánicamente producida por el avance económico, sino que encontrarían suelo fértil en la periferia, o por lo menos, en cierta periferia donde el deseo ardiente de lo nuevo sería más fuerte que las condiciones objetivas de la modernidad". Esa observación puede ser significativa a la hora de pensar la vanguardia latinoamericana. Los discursos de "lo nuevo", mucho más que con la emulación de la modernidad de los países centrales, tienen que ver -como dice el poeta chileno Vicente Huidobro- con "inventar nuevos mundos", que -parafraseando a Paul Eluard- están en éste.
Casullo encuentra en la vanguardia un determinismo histórico, una concepción lineal de la historia: por donde avanza la vanguardia va a pasar la historia. Son la absoluta novedad, la crítica del presente y la idea de proyecto.


b) Experimentación
La defensa de la libertad creadora se traduce en la disposición para actuar lúdicamente al crear y combinar formas, adoptar nuevos lenguajes, nuevos formatos, nuevos materiales, nuevos circuitos de exhibición de las obras. Se rompe también con los límites establecidos convencionalmente entre géneros artísticos (teatro y plástica, por ejemplo, se fusionan en las ambientaciones).
Ello da lugar a experiencias formales inéditas que alumbran un nuevo concepto de obra artística. La vanguardia materializa en sus producciones las nuevas percepciones de la gran ciudad, el cosmopolitismo, la multitud, la velocidad y distintas facetas de la vida moderna.
La experimentación no es, para la vanguardia, un fin en sí mismo sino una función que debe adaptarse invariablemente a las transformaciones de la experiencia. Los vanguardistas se interrogan constantemente sobre qué es el arte, y las nuevas formas artísticas se alimentan justamente de esas continuas puestas en cuestión, de esas crisis renovadas.
La búsqueda de la novedad en la vanguardia es también su talón de Aquiles: cuando una experiencia artística es asimilada, pierde su capacidad de provocar un efecto de shock en el público y se convierte en parte de la institución arte. Así es como determinadas técnicas (como el flash-back, la referencia al mundo onírico, etc.) que causaron escándalo hoy son parte de la ortodoxia. Como reacción, se genera un mecanismo de continuas superaciones de la vanguardia en nuevas vanguardias.
La experimentación, para no caer en la gratuidad y esnobismo mimético, debe apostar a nuevas formas y medios que materialicen las transformaciones del plano de las experiencias.


c) Fusión del arte y la vida
De acuerdo a la Teoría de la vanguardia de P. Bürger, una de las apuestas más fuertes de vanguardia es fusionar el arte con la vida, esto es, devolver al arte una función colectiva, más allá de la experiencia individual puramente estética que caracteriza al arte burgués. Superar el divorcio que instaló la Modernidad entre arte y sociedad, la carencia de función.
En el siglo XIX, ya consolidada la institución arte desde el siglo anterior, el arte alcanza un estadio que Bürger llama "autonomía", entendida como pérdida de la función social. Si el arte sacro tuvo como función servir de objeto de culto de los creyentes, y el arte cortesano produjo objetos de representación de los monarcas y sus cortes, el arte burgués, en cambio, se separa de la praxis vital.
Las doctrinas del arte por el arte y el esteticismo promueven ese distanciamiento en pos de la pura forma. Se excluye como impuro todo lo "ajeno al arte". La pérdida de función social se entiende entonces como esencia del arte en la sociedad burguesa.
Una de las hipótesis fuertes de Bürger es que la vanguardia realiza una "autocrítica" respecto del status de autonomía alcanzado por el arte en la sociedad burguesa. Dicha autonomía no excluye en absoluto la posibilidad de una actitud política en los artistas, a lo sumo restringe la posibilidad del efecto. En ese sentido el esteticismo convierte al arte mismo en su contenido: el arte habla de arte, todo lo demás le es ajeno.
La meta de la vanguardia no es destruir el arte, sino reconducirlo a la praxis vital, "donde sería transformado y conservado" (Bürger, 1987, p. 103). Pero no se trata de integrarlo a la "racionalidad de los fines de la cotidianeidad burguesa" (Ibíd.), sino que intentan organizar una nueva praxis vital.


d) Una nueva tradición
Ya dijimos que, si bien existieron rupturas en otras épocas de la historia de la cultura vinculadas a la aparición de lo nuevo frente a lo consagrado, de lo moderno frente a lo antiguo, la vanguardia supone un cuestionamiento más radical y violento, al oponerse no sólo a determinado repertorio de procedimientos o temáticas ya instituidas, sino al funcionamiento de la institución arte en su totalidad.
Condena al pasado y a la tradición (futurismo italiano, dadaísmo). Violento ataque contra los legados de la tradición burguesa y sus instituciones: la ópera, los teatros, las bibliotecas, los museos.
Salvo en esos casos, la ruptura de la vanguardia con la tradición no significa hacer tabla rasa de todo el pasado, sino rescatar manifestaciones o autores que fueron dejados de lado por la tradición hegemónica. En ese sentido, es apropiado hablar de "tradición selectiva", en términos de Williams: la vanguardia, muchas veces, construye una tradición distinta a la dominante, elige nuevos padres, se remonta a otros orígenes, provenientes incluso de paradigmas culturales no occidentales o de la antigüedad.


                                                                           * * *

5. Producción y recepción de la obra de vanguardia

Nos detenemos en este punto en algunas cuestiones que hacen a la producción y a la recepción de la vanguardia.
a) La obra vanguardista
Una primera discusión gira en torno a si puede hablarse de las producciones vanguardistas como "obras de arte". Bürger sostiene que la vanguardia destruye el concepto de obra de arte orgánica o tradicional. Lo cierto es que las "obras" vanguardistas tienen un carácter muy disímil: algunas se sostienen todavía en formatos convencionales (cuadros, poemas), otras son objetos más difíciles de clasificar (ambientes, acciones o provocaciones al público). ¿Esos actos de provocación ocupan el lugar de la obra de arte? ¿Cómo considerar otro tipo de intervenciones como la publicación y difusión de un manifiesto o una revista, la organización de actos de protesta, etc.? Para salvar esta dificultad, podría hablarse, en lugar de obra de arte, de manifestación vanguardista, que puede ser una realización que cuente o no con un soporte material.

Brihuega (1979) considera que la actividad artística incluye no sólo al objeto o manifestación, sino también a la poética en la que se inscribe, es decir, una teoría artística (que implicará un lenguaje y unos presupuestos ideológicos específicos) y unos mecanismos de práctica artística determinados (que implicarán un proceso de producción también específico). El análisis de la actividad artística de vanguardia deberá considerar, entonces, esa triple dimensión: el objeto o la manifestación, la teoría y la práctica.

La vanguardia, por otro lado, propone una redefinición de la categoría de autor. Sus manifestaciones extremas se plantean como una creación colectiva y anónima. Pero sobre todo cuestionan la condición del artista como "sujeto creador" excepcional. "La poesía puede ser hecha por todos", proclaman los surrealistas. Y Duchamp convierte en "obras", por el solo hecho de estampar en ellos su firma, objetos producidos en serie por la industria para otro uso.

Dentro de la diversidad de procedimientos usados en las manifestaciones de vanguardia, una clave para entender su distancia con el arte previo, es justamente la exhibición de esos procedimientos. Contra el efecto "sin mediaciones" entre la realidad y la representación de los naturalismos y los realismos, la vanguardia insiste en mostrar los mecanismos y los medios del arte. En palabras de Bürger, la obra de arte tradicional quiere ocultar su carácter de artificio. La obra de vanguardia hace lo contrario: se muestra como artefacto, como producto artístico.
Lo que queda es el carácter enigmático del producto, su resistencia al intento de captar su sentido (Bürger, 1987: p. 147). La obra vanguardista obliga a un nuevo tipo de comprensión en tanto provoca la renuncia a la interpretación del sentido. La lectura ya no se dirige a un sentido de la obra captable en la descodificación de sus partes sino a la puesta en evidencia del principio de construcción, esto es -de nuevo- a la puesta en evidencia de los procedimientos artísticos, al carácter de artificio del arte.
También es clave el vínculo de la obra de arte vanguardista con las formas de reproducción seriadas (Benjamin).

b) Contra la idea de belleza
La vanguardia se enfrenta a la idea burguesa de la belleza en el arte, contra el buen gusto, la belleza eterna y universal. No hay arte bello. (De nuevo la historicidad de las categorías estéticas). Los criterios de belleza responden a ciertos gustos, épocas, estamentos sociales y consumos artísticos. Las vanguardias reniegan de todo eso, son la irreverencia y la provocación, el escándalo frente a los valores consagrados.
Sus figuras van a ser justamente las lacras del mundo moderno: la prostituta, el enfermo, el marginal, lo procaz, la desesperación, la incomunicación, la angustia, la muerte, el absurdo, lo informe, lo desarticulado.

c) Vanguardia y cultura de masas
Puede pensarse que los momentos de crisis de la hegemonía burguesa y de conmoción social en los que surgen los movimientos vanguardistas fueron de algún modo materializados en sus producciones y sus acciones. En ese sentido, como señalara el poeta norteamericano Ezra Pound, los artistas se constituirían en "antenas de la raza". Serían los que vuelven inteligibles formas sociales todavía no materializadas, que conforman la estructura del sentir (Williams) de una época.
Este rasgo de "adelantados" a la sensibilidad de su tiempo, a través de manifestaciones en las que sus contemporáneos todavía no se reconocen, es lo que provoca que los vanguardistas queden colocados en una posición que implica el divorcio con el gran público. La experimentación continua ensancha el abismo entre el artista de vanguardia y la sociedad.

Sin embargo en Arte desde 1900 se analiza el primer manifiesto futurista escrito por Marinetti en 1909, que se publica en la primera plana del diario parisino Le Figaro. La presentación pública del futurismo se planteó un enlace de la vanguardia con la cultura de masas. Todas las estrategias que operan en la cultura de masas serían también esenciales de allí en más para la propagación de las prácticas de vanguardia. Publicidad, periodismo y formas de distribución masiva. Fusión de prácticas artísticas con formas avanzadas de la tecnología. Preferencia por el objeto industrializado antes que la rareza culta.

A ello se suma un rasgo clave que ya hemos mencionado: la intención de lograr el shock del público. Frente a la recepción contemplativa, cómoda y previsible de la obra artística tradicional, la actividad vanguardista apunta a desautomatizar, conmocionar, intranquilizar, a veces escandalizar a los espectadores, para movilizar su conciencia y llamarlos a la acción (lo que, muchas veces, desencadena una acción en contra de esa misma propuesta). El artista de vanguardia espera que el receptor "se cuestione su praxis vital y se plantee la necesidad de transformarla" (Bürger, 1987, p. 146). Este rasgo es clave para aproximarnos, por ejemplo, a las provocaciones dadaístas.

Es previsible que el público capaz de sintonizar con el nuevo código sea exclusivamente el de unos pocos pares, contemporáneamente a la creación de las obras de vanguardia. Y que la actitud más extendida sea de incomprensión o rechazo.

En un momento histórico posterior, ese aislamiento se revierte y el público masivo se encuentra en una posición que le permite aspirar a la comprensión de las técnicas vanguardistas, gracias a la tarea de divulgación de la enseñanza y de los medios masivos de comunicación de masas, a la progresiva aceptación de postulados, antes rupturistas y, concretamente, al aprendizaje de nuevos códigos de lectura, como por ejemplo el cinematográfico. Es en este segundo momento cuando se produce la neutralización de los efectos rupturistas de la vanguardia, cuando los procedimientos que antes escandalizaban pasan a ser absorbidos por la institución arte y ser considerados simplemente como formas legítimas de "arte" por el público.

                                                                               
6. Intervenciones vanguardistas

Veamos ahora las formas de intervención propias de los grupos de vanguardia. Esto es, la conformación de grupos autoconscientes y autopublicitados que suelen idear formas de intervención impactantes, a partir de diversas estrategias, para dar repercusión pública a sus posturas y sus producciones.


a) Formaciones
Si bien hay autores solitarios (como Proust, Kafka, Joyce y Pessoa), la modalidad más frecuentes de la vanguardia es básicamente una experiencia grupal, y su forma de operar en movimientos o "ismos" (dadaísmo, surrealismo, futurismos, expresionismo, cubismo, ultraísmo, creacionismo, etc.). Muchas veces estos agrupamientos reúnen artistas plásticos, escritores, fotógrafos, cineastas, o artistas que experimentan simultáneamente en distintos géneros.
Los une una identidad colectiva, cierta conciencia de grupo, y una posición común de enfrentamiento frente a los artistas consagrados y a las instituciones consagratorias.

b) Manifiestos
Los movimientos de vanguardia adquieren identidad interna y visibilidad hacia el afuera, a partir de la redacción y difusión de manifiestos, la publicación de revistas y otras formas de intervención pública (exposiciones, actos, proclamas, tomas de posición conjuntas, etc.).
Los manifiestos, "escritos en los que se hace pública una declaración de doctrina o propósito de carácter general o más específico" (Mangone y Warley, 1992, p.33), implican una postura "contestataria" frente a las instituciones, suelen postularse como un discurso de combate contra otros, y al mismo tiempo como programa en el que se explicita el modelo de arte (y de sociedad) que el grupo firmante imagina y postula.

c) Vanguardia e instituciones artísticas
Desde la teoría de la vanguardia, se ha entendido que si la razón de ser de la vanguardia es plantarse como oponente del museo, su destino ha sido terminar en el museo, absorbida por la institución. Por ejemplo, Eduardo Sanguineti (1969; 11-12) considera que aunque "la lucha contra el museo es la insignia natural de toda vanguardia, su obligado y sacrosanto santo y seña", "su enemigo declarado, (...) como en los peores cuentos, acaba por [ser devorada por las] instituciones”.

Habría que distinguir, sin embargo, que esta dinámica de conflicto/institucionalización no es cumplida a rajatablas en todos los casos. En primer lugar, porque dentro del campo artístico en la modernidad, existe un cierto tipo de institución (museos, galería, etc.) que también adopta un carácter alternativo o de oposición frente a las instituciones hegemónicas, y se vincula, apoya y difunde a los artistas de vanguardia. Es inevitable encontrar dichas instituciones en tanto soporte importante y necesario de cada movimiento.
En América Latina, las primeras vanguardias fueron fundadoras de las instituciones. O se apoyaron en ellas.
En segundo lugar, porque la capacidad de absorción que la institución arte tiene de los planteos vanguardistas es variable. Es frecuente que termine incorporando versiones moderadas o banalizadas de los nuevos procedimientos. Los planteos más radicales, sin embargo, quedan suspendidos en un limbo, a veces durante varias décadas, hasta que pueden ser recuperados y asimilados por otros artistas y por las instituciones.

7. Bürger y su teoría de la vanguardia
Contexto de aparición del libro: 1973, movimientos estudiantiles del ‘68 derrotados.

Cap. 1. La historicidad de las categorías estéticas.
Concepto de Movimientos Históricos de Vanguardia. Restringido al dadaísmo y al primer surrealismo. No se limitan a rechazar un determinado procedimiento artístico, sino el arte de su época en su totalidad, verifican una ruptura con la tradición. Sus manifestaciones extremas se dirigen contra la institución arte. Tendencia fundamental hacia la superación del arte en la praxis vital.
Distingue los Movimientos Históricos de Vanguardia (MHV) de las tentativas neovanguardistas (Europa, ‘50s y ‘60s), porque no puede plantearse el reingreso del arte a la praxis vital en la sociedad existente, una vez que han fracasado las intenciones vanguardistas. Absorción de la protesta vanguardista por la institución arte.
El medio artístico es la categoría general para la descripción de las obras de arte. Pero los procedimientos particulares sólo pueden ser conocidos como medio artístico desde los movimientos históricos de vanguardia. Estos han acabado con la posibilidad de un estilo de época, ya que han convertido en principio la disponibilidad de los medios artísticos de las épocas pasadas.
En los MHV el shock de los receptores se convierte en el principio supremo de la intención artística (extrañamiento efectivo: procedimiento artístico dominante).

Tesis de Bürger: únicamente la vanguardia permite reconocer determinadas categorías generales. Desde la vanguardia pueden ser conceptualizados los estadios precedentes en el desarrollo del fenómeno arte en la sociedad burguesa, pero no al contrario. Las categorías esenciales precedentes son negadas precisamente en la obra vanguardista. Solamente la vanguardia permite percibir el medio artístico en su generalidad, ya no desde un principio estilístico, sino como medio artístico.

Cap. 2. Vanguardia como autocrítica del arte en la sociedad burguesa.
Segunda Tesis: Con los movimientos de vanguardia el subsistema artístico alcanza el estadio de autocrítica.
Concepto Institución arte: aparato de producción y distribución del arte y las ideas que sobre el arte dominan en una época dada y que determinan esencialmente la recepción de las obras. Existente en esta forma sólo en la sociedad burguesa (p. 62).
La vanguardia se dirige contra ambos momentos: contra el aparato de distribución al que está sometida la obra de arte y contra el status del arte en la sociedad burguesa descrito con el concepto de autonomía (carencia de función social).
Meta de la vanguardia: devolver el arte a la praxis vital.
La autocrítica del arte permite la "comprensión objetiva" de las fases de desarrollo precedentes, como suma de procedimientos de una época. Sólo es posible la autocrítica del arte en la vanguardia porque el esteticismo completó la autonomía del subsistema artístico en la sociedad burguesa.

Negación de la autonomía del arte en la vanguardia.
Tipología histórica


Arte sacro
Arte cortesano
Arte burgués
Vanguardia
Finalidad
Objeto de culto
Objeto de representación
Representación de la autocomprensión burguesa / Carencia de función social
Reconexión del arte y la praxis vital
Producción
Artesana/colectiva
individual
individual
(colectiva)
Recepción
Colectiva (sacra)
colectiva
individual
(colectiva)

Los MHV europeos se definen como un ataque al status del arte en la sociedad burguesa. Impugnan la Institución Arte (y no un estilo). Reintegrarlo en la praxis vital no quiere decir que el contenido de las obras sea socialmente significativo, sino que va dirigido contra el funcionamiento del arte en la sociedad. Superación de la escisión, reconduciendo al arte a la praxis vital, donde sería transformado y conservado. Organizar una nueva praxis vital.
En la sociedad burguesa el arte juega un papel contradictorio: al protestar contra el deterioro del presente, prepara la formación de un orden mejor.
La libertad (relativa) del arte frente a la praxis vital es la condición de la posibilidad de un conocimiento crítico de la realidad.

Distinguir la institución arte (que funciona según el principio de autonomía) del contenido de las obras concretas. Comprender la historia del arte en la sociedad burguesa como historia de la superación de la divergencia entre la institución y el contenido. Distinción entre el status institucional del arte en la sociedad burguesa (separación de las obras respecto de la praxis vital) y los contenidos realizados en la obra de arte.
El margen de libertad concedido por el status de autonomía de las obras de arte es utilizado de modo diverso en los diferentes contextos sociales. El status de autonomía no excluye en absoluto una actitud política en los artistas, a lo sumo restringe la posibilidad del efecto.
Fines del Siglo XVIII: la institución arte está completamente formada.
Siglo XIX: se alcanza el estadio de autonomía. Los contenidos pierden su carácter político. l'art pour l'art . Esteticismo.
La separación de la praxis vital afecta ahora al contenido de la obra.
Crisis del arte. Excluye todo lo "ajeno al arte". La coincidencia de institución y contenido descubre la pérdida de función social como esencia del arte en la sociedad burguesa y provoca con ello la autocrítica del arte. Los Movimientos Históricos de Vanguardia verifican esa autocrítica.

8. Críticas a la definición de vanguardia de Bürger
1. Bürger limita la definición de vanguardia a su antiinstitucionalismo. Ello oscurece, deja de lado, aspectos centrales a pensar en muchas vanguardias (sobre todo, las latinoamericanas) que tuvieron vínculos fuertes con instituciones.
2. Eurocentrismo que deja afuera al resto del mundo y los desarrollos vanguardistas particulares.
3. La definición restringida de los movimientos históricos de vanguardia como los únicos verdaderamente vanguardistas deja afuera a las neovanguardias. Bürger sostiene que las tentativas "neovanguardistas" no pueden volver a postular el reingreso del arte a la praxis vital en la sociedad existente, una vez que han fracasado las intenciones vanguardistas. La institución arte ya está preparada para la absorción de la protesta vanguardista, que fue originalmente realizada con intenciones antiartísticas pero ha llegado a considerarse como arte. La actitud de protesta de la neovanguardia es, desde su punto de vista, inauténtica.
Eduardo Subirats, por su parte, considera que “el principio crítico o subversivo fue integrado por las propias formas de poder que antes atacaba” y que “las vanguardias se convirtieron a partir de la segunda guerra mundial en un ritual tedioso y perfectamente conservador”. O en palabras de Lebel, en “un viejo artefacto para divertir a las clases dominantes".
Esta deslegitimación de las neovanguardias no es una postura unívoca. En los últimos años, se escuchan voces que las reconsideran desde otras perspectivas. El norteamericano Hal Foster (1996) enfoca el retorno a las vanguardias de los años '50 y '60 como la aspiración de una conciencia crítica similar a la existente en las vanguardias del primer cuarto de siglo, tanto en cuanto a las convenciones artísticas como a las condiciones históricas. Por su parte, el alemán Andreas Huyssen (1995) se enfrenta al "argumento, ya formulado en 1962 por Hans Magnus Enzensberger y también, de un modo diferente, a comienzos de los '70 por Peter Bürger, de que el revival neovanguardista surgido a partir de finales de los '50 era más ilusorio que utópico".
Huyssen considera que:

"una defenestración tan global no tendría en cuenta lo específico de una situación histórica en la cual, después de un hiato de casi treinta años de represión y amnesia, el redescubrimiento de la vanguardia histórica podría efectivamente generar una vez más una intensidad de energías utópicas que ya no podían extraerse de la tradición del alto modernismo" (Huyssen, 1995: 23).

Huyssen considera que esas impugnaciones in toto obvian la consideración de la situación histórica y la densidad utópica que resurgió en la década del ’60, cuando se desplegó una sensibilidad cultural diversificada en consonancia con los discursos de la contracultura, la Nueva Izquierda y la revuelta estudiantil.
Su ahínco por rescatar las potencialidades de un arte crítico en la posmodernidad se enfrenta a veces a las conclusiones de su lúcido análisis en torno a las sutiles maneras del arte posmoderno de capitular ante el mercado. “No se trata de eliminar la tensión productiva entre lo político y lo estético, entre la historia y el texto, entre el compromiso y el arte. Se trata de acentuar esa tensión, para redescubrirla y ponerla a foco tanto en el arte como en la crítica”. Justamente, muchas manifestaciones artísticas posmodernas provocan el borramiento de la gran división, recuperando hasta cierto punto el legado de las vanguardias históricas y también el de algunas tradiciones modernistas.
“La crisis posmoderna del alto modernismo puede ser vista tanto como una crisis de la modernización capitalista como una crisis de las estructuras patriarcales que la sostienen”, sostiene Huyssen. Y arriesga –desde una perspectiva feminista- que la dicotomía alta cultura/ cultura de masas es análoga a la oposición de géneros masculino/femenino. De allí la pasividad y el sometimiento atribuidos a la cultura de masas.
En el artículo que ustedes leyeron insiste en que “fue la industria cultural y no la vanguardia la que consiguió transformar la vida cotidiana durante el siglo XX” (p. 39). Plantea sin embargo que las esperanzas de la vanguardia podrían residir no en las obras de arte, sino en los movimientos que buscan la transformación de la vida cotidiana (aquellas experiencias humanas aún no subsumidas por el capital). Y allí la experiencia estética tiene un lugar en tanto se enfrenta a la desublimación represiva típica de la cultura capitalista contemporánea.
Coincido con estos últimos planteos, porque si bien es cierto que muchos de los movimientos artísticos de posguerra fueron (igual que varios de sus predecesores de entreguerras) rápidamente integrados a la institución arte y dieron lugar a nuevas formas hegemónicas, también lo es que en la década del '60 surgieron potentes y revulsivos vanguardismos (en especial, en áreas como las artes plásticas, el teatro, la música, el cine), que se plantearon reformulaciones críticas radicales de las relaciones entre el arte y la sociedad de masas, entre el arte y la política radicalizada. Y esto ocurrió tanto en Europa y Norteamérica, como en América Latina.

9. Algunos aportes para redefinir la categoría:

- Eco (experimentalismo y vanguardia/ crítica interna o externa).
- Susan Buck-Morss, Mundo soñado y catástrofe (distingue entre avant-garde como vanguardia artística- vanguard como vanguardia política/ vocación destructiva o constructiva, distintas concepciones del tiempo histórico: ruptura o construcción).
- Williams y Huyssen (modernismo y vanguardia)
Distinción entre modernismo y vanguardia
Como ya señalamos en el teórico 10, Huyssen distingue entre modernismo y vanguardia, que muchas veces se usan indistintamente, por cómo plantean la relación entre arte elevado y cultura de masas.
Huyssen entiende al paradigma modernista como un proyecto elitista, que propició la gran división por el temor a que la industria cultural contaminara al arte. La reivindicación de la autonomía del arte, la separación del arte y la vida y su aislamiento de los conflictos sociales y políticos explican la distancia hostil del arte moderno hacia la cultura de masas, que iniciaba una expansión inusitada que parece no haberse detenido desde entonces. Fue Adorno el principal constructor del soporte teórico de la Gran División, con el proyecto legítimo de preservar al arte de la manipulación de los totalitarismos de Hitler y Stalin y de la degradación comercial de Occidente.
Adorno vive la tensión de dos tendencias divergentes: la insistencia del esteticismo en la autonomía de la obra de arte y su doble desvinculación de la vida cotidiana (separada como obra de arte y separada también por su rechazo a la representación realista), y por otro lado, la ruptura radical de la vanguardia con la tradición de la autonomía del arte.
Para Huyssen, son las vanguardias las que postulan por primera vez la rearticulación entre ambas vertientes, al promover una rearticulación entre la cultura alta y la cultura de masas. Aunque todavía hoy la gran división persiste en el mundo académico y en el museo, la posmodernidad terminó por socavarla, conectando la cultura de masas a la cultura de elites. “Fue la industria cultural, no la vanguardia, la que tuvo éxito en transformar la vida cotidiana".

10. Vanguardias/neovanguardias/postvanguardias

Historia secreta (Marcus) o intercambio temporal entre ciclos de vanguardia, compleja relación de anticipación y reconstrucción. Legados.

“Aquello que fue ‘moderno’, que fue sin duda ‘vanguardia’, es hoy relativamente viejo. Lo que revelan sus obras y su lenguaje, aún en sus niveles más vigorosos, es un período histórico identificable, del cual, sin embargo, no hemos salido del todo.” (R. Williams)



NEOVANGUARDIAS
Forma peyorativa que usa Bürger para referirse a las manifestaciones experimentales de la posguerra, en especial en los años ‘60. Las considera perimidas, absorbidas por la Institución Arte, sin capacidad crítica.
LECTURAS DEL POP
Huyssen considera que las neovanguardias sesentistas (en especial el arte pop) afectan la “gran división” entre cultura alta y cultura de masas, establecida por la modernidad y teorizada por Adorno, al establecer puentes, cruces o fusiones entre ambas esferas irreconciliables.
Huyssen ve en el pop “un arte que reveló la naturaleza elitista y esotérica de la vanguardia histórica”. Al dejar al descubierto que toda obra de arte es una mercancía, vinculó al artista a la vida cotidiana y eliminó la distancia entre alta y baja cultura.
Hal Foster, en los ’90, aborda las repeticiones de Warhol a partir del modelo teórico de Lacan (el trauma como encuentro fallido con lo real). Foster coincide con Masotta en vincular surrealismo y pop, en tanto para él ambos son “realismos traumáticos”. En ese punto, lo que provoca la obra de Warhol es “una ruptura no tanto en el mundo como en el sujeto, entre la percepción y la conciencia de un sujeto tocado por una imagen” (2001: 135-136).
Contra las lecturas que ven en el pop la exaltación de la sociedad de consumo norteamericana, también Oscar Masotta (en 1967) atribuye una futura función desalienante al pop, en tanto comentario irónico de la ignorancia de la sociedad norteamericana sobre su propia estructura social. Un movimiento que se inscribe en el desarrollo histórico “del lado de los grupos que representan en la historia efectiva toda posibilidad futura, pensable, de ‘desalienación’”.
Analiza la opción estética del pop en función de su compromiso ideológico respecto de la técnica. La cuestión no es oponerse a las sociedades industriales -puesto que todas lo son, sino a las tecnocracias (cuya vocación técnica está en manos de los grupos de poder del capitalismo). Reducir o trastocar el poder de las tecnocracias, dice, pasa por construir un saber capaz no sólo de dar cuenta de las totalizaciones sino del nivel de las operaciones concretas, “sobre lo inmediato sensible y sobre los productos de la acción social que realice efectivamente”.


POSTVANGUARDIAS: dos definiciones

Nelly Richard: distingue entre vanguardia (arte como articulador de fuerzas de cambio) y posvanguardia (operaciones capaces de alterar y subvertir la lógica del sistema en una escala micro).

Brian Holmes: movimientos difusos que socializan saberes y ponen a disposición recursos para muchos. Dentro y fuera del circuito artístico (desborde, no oposición a la Institución Arte). El paso de la elite o grupo de choque al movimiento (posvanguardia).


EL LEGADO DUCHAMPIANO EN UN GESTO ANTIDUCHAMPIANO
Museo Salinas: dejar de hacer ready-mades…
El Museo Salinas (México) fue impulsado entre 1995 y 1998 por el artista mexicano Vicente Razo. Razo recolectó, atesoró e instaló en el baño de su vivienda en el DF, infinidad de baratijas y artesanías populares que ridiculizaban, demonizaban, denigraban, parodiaban, denunciaban, castigaban simbólicamente a Carlos Salinas de Gortari. Salinas había sido presidente del país entre 1988 y 1994 y estaba acusado vox populi de desvío de fondos públicos, corrupción, lazos con el narcotráfico, fraude electoral e incluso instigación al crimen político. “Tras el colapso económico/ moral/ simbólico/ financiero de 1994, en medio del desempleo generalizado y el vertiginoso ascenso de la criminalidad callejera, un amplio sector de mexicanos encontró una compensación a la crisis en un ajusticiamiento iconográfico. Artesanos e industriales atiborraron el mercado informal con millares de muñecos, ‘judas’ de papel maché (las figuras que tradicionalmente se hacen explotar en semana santa para castigar a los enemigos populares), piñatas, máscaras de hule y hasta dulces de chocolate, todos con efigies del ex-presidente”. Su ingreso a la cultura popular “acumula merecimientos”, escribe Carlos Monsivais: “su físico es inconfundible y muy caricaturizable. Y su voluntad publicitaria es avasalladora, aunque él la vea como proceso histórico. Encarna el delirio del poder presidencial y el autoritarismo. (…) Las privatizaciones de empresas estatales son pretexto para el robo a gran escala, es atroz la persecución a los disidentes (en el período gubernamental de Salinas son asesinados cuatrocientos miembros del Partido de la Revolución Democrática, dirigido por Cárdenas)”.[1]
Su figura concentró “una verdadera manía popular”[2] que despliega el sentido del humor y el desprecio irreverente al superhombre a la manera de conjuros políticos, como queda en evidencia en la enorme colección reunida por Razo de “bagatelas políticas” que toman la figura de Salinas para escarnio público: juguetes, máscaras, calcomanías, títeres, objetos semiporno, “millones de castigos iconográficos contra el ex presidente como una especie de vudú multitudinario”[3], según las palabras de Cuauhtémoc Medina. Salinas aparece caracterizado como vampiro, rata, preso, ladrón, Chupacabras.[4]
Esta parafernalia de arte popular politizado, que marcó el resurgimiento masivo de la artesanía mexicana como lenguaje crítico público, es organizada por Razo en clasificaciones rigurosas, dignas de cualquier museo de ciencias naturales. Los objetos se agrupan en el catálogo y en las abigarradas estanterías de acuerdo a Mitologías populares, Corrupción, cárcel y dinero, Lecciones de historia (Salinas versus el subcomandante Marcos), y Mundo bizarro (tatuajes para niños, paletas de chocolate, muñecos de bebés orejones, con bigotes y calvos, gorras, calzones, etcétera).
Un exorcismo de carnaval, la burla como arma política ante el poder intocable. “El sentido del humor como institución del castigo que liquida prestigios y aureolas de grandeza y, lo más importante, que es un soporte de la salud mental de los reprimidos”, escribe Monsiváis[5].
Por su parte, Cuauhtémoc Medina declara esta acumulación de baratijas adquiridas en la calle como una “estrategia gore de crítica institucional”, en tanto se trata del despliegue de un “sentido del gusto ultrarrefinado por lo decididamente vulgar”. Razo “provocó un cortocircuito cultural que hibridaba el humor militante latinoamericano, la magia sincrética de las megalópolis y la ironía duchampiana”[6]. La dimensión política del Museo Salinas es reivindicada por Medina como conversión de la esoteria contemporánea en un “nuevo código de resistencia anticapitalista”.[7] Las “baratijas de hule” devienen sabotajes de Estado, “tácticas alternativas de participación política”.[8]
Pero el Museo Salinas no sólo evidencia una eclosión vital de crítica política al cobijar estas manifestaciones creativas de la cultura popular. A la vez, implica una estocada bien dirigida al sistema artístico, en tanto formula a la vez una crítica a la impávida institucionalidad artística oficial y al “avant garde conceptual”.
Bastó que Razo pusiera una placa en la puerta del baño de su casa, baño que siguió usando como tal, por otra parte, declarándolo “Museo Salinas”; que imprimiese una tarjeta nombrándose director y redactara un estatuto en tanto “fundador, miembro honorario y vitalicio”, para que la institución tuviese lugar. “Fue todo cuanto hizo falta para fundar un espacio autónomo”, dice Razo. “El simple acto de bautizar a mi baño como museo produjo efectos mágicos: desde artistas –pasando por amas de casa y burócratas– hasta periodistas de todas nacionalidades transitaron por mi museo-baño.” En la medida en que Razo consiguió hacer verosímil a la prensa y al público el carácter museológico de su baño, el Museo Salinas se constituyó desde entonces en una suerte de mito, sitio de peregrinaciones y rumor popular. La inesperada repercusión publicitaria logró insertar el Museo Salinas “en un circuito impensable para el arte contemporáneo local: las crónicas políticas generales de revistas, radio, televisión y diarios, y hasta los reportes de los corresponsales internacionales de periódicos como Pravda. Todo ello llevó a su autor a ser motivo de amenazas extrajudiciales y a introducir sus ideas en el circuito informal de las leyendas urbanas. Cientos de gentes de todo tipo le telefonearon para hacer una cita, visitaron y comentaron con el artista/coleccionista/director y guía de museos la colección de efigies caricaturescas de Carlos Salinas, y –maravilla de maravillas– casi ninguno se dio cuenta que aquello era (también) una obra de arte conceptual.”
En la saga del museo irónico de Marcel Broodthaers, la operación de Razo cuestionaba a la vez a los neoconceptualismos apolíticos de sus compañeros de generación (en particular la proyección internacional de artistas como Gabriel Orozco) y el estado fantasmal de los museos oficiales mexicanos, desconectados de los procesos más vitales de la creatividad popular. Partía de un diagnóstico severo: “A partir de estas reflexiones y considerando el entumecido estado de los museos mexicanos –inmersos en una agenda colonizada y elitista, con un cuerpo burocrático atrofiado y temerosos de todo fragmento de realidad que tengan que afrontar– decidí que sería un acto saludable y necesario otorgarles el espacio de un Museo a estos singulares testimonios de la historia contemporánea de México: activar estos objetos. Mi intención principal fue registrar y atesorar un punto clave en la práctica artística nacional: preservar estas radicales obras –de belleza extrema y de existencia efímera y callejera– que, de no haber sido recolectadas, habrían sido olvidadas, destinadas al menosprecio del poder.”[9]
A la vez, “el Museo Salinas era también una operación muy precisa de crítica intra-artística”, contra “las pretensiones del arte globalizado”. Su lema fue: “Dejar de hacer ready-mades, empezar a hacer museos”. Así, “se presentó como una rama heterodoxa (si es que no deliberadamente bastarda) de la genealogía duchampiana”.[10] Explícito deudor del mecanismo de la apropiación artística del ready-made, invierte la operación duchampiana. “Ante el predominio de obras fundadas en el minimalismo y el conceptual entre los artistas latinoamericanos de los años ‘90, Razo hacía suya la prohibición de Duchamp de multiplicar al infinito el gesto del ready-made (“limitar el número de ready-mades por año” decía Duchamp) en contra del abuso que sobre ese legado ha hecho la progenie duchampiana.” Como dice el mismo Razo, “no poner el excusado en el museo sino el museo en el excusado. Ya no se trataba de elevar irónicamente un mingitorio a la condición de arte, sino de degradar la institución arte a un terreno escatológico”.
En palabras de Medina, “el Museo Salinas es efectivamente una colección de arte contemporáneo/popular. Efectivamente, planteó sus estrategias a la luz o en consecuencia de las estrategias del arte avanzado, y efectivamente consiguió ejercer un efecto en el carácter de la cultura pública de un momento determinado. En resumen, el Museo Salinas sí fue un Museo, definido como espacio público donde ejercer la autonomía curatorial, a diferencia de la mayoría de las instituciones que aquí así se proclaman. Al mismo tiempo, utilizó la investidura de ‘lo museal’ para plantear una crítica sobre el tipo predominante de producción artística de la localidad.”






[1] Carlos Monsivais, “El Museo Salinas y las máscaras del mexicano”, en The oficial Museo Salinas Guide, Smart Art Press, Michigan, 2002, p. 8.
[2] Federico Navarrete, “El Museo Salinas o el gobernante como chivo expiatorio”, en The oficial Museo Salinas Guide, Smart Art Press, Michigan, 2002, p. 16.
[3] Cuauhtémoc Medina,
[4] Criatura alada que se alimenta de la sangre del ganado, según la mitología popular mexicana.
[5] Carlos Monsiváis, op. cit.
[6] Cuauhtémoc Medina, op. cit., p. 31.
[7] Cuauhtémoc Medina, “Un museo fantasmal para un personaje vampiresco”, en: The oficial Museo Salinas Guide, Smart Art Press, Michigan, 2002, p. 25.
[8] Vicente Razo, Disposición orgánica y estatutos, op. cit.
[9] Vicente Razo, The oficial Museo Salinas Guide, Smart Art Press, Michigan, 2002, p. 25.
[10] Cuauhtémoc Medina, op. cit., pp. 26-27.

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